Que la lectura ofrece a quien la practica múltiples posibilidades es algo que no merece discusión. Los libros nos proporcionan nuevos conocimientos o puntos de vista, nos permiten desarrollar la imaginación, nos transportan en el tiempo y el espacio, nos acompañan en momentos de soledad… Desde el momento en el lector es capaz de identificarse con situaciones y personajes, la lectura puede transformar su ánimo, de proporcionarle nuevos valores y provocarle nuevas actitudes que le permitan superar las dificultades que deba afrontar en su vida diaria. Ésta es la base fundamental de la biblioterapia, una disciplina que utiliza la relación de las personas con el contenido de los libros como recurso terapéutico.
La capacidad trerapéutica de la lectura parece reconocida desde muy antiguo. No en balde, según Diodoro Sículo la biblioteca del faraón Ramsés II (Ozymandias) era conocida como Clínica del alma. Para los griegos los libros eran una forma de tratamiento médico y espiritual. Durante la Edad Media era habitual la lectura de textos sagrados en el transcurso de una intervención quirúrgica para aliviar el dolor y amortiguar la angustia. Ya en el siglo XIX, algunos religiosos recurrían al uso terapéutico de la lectura en hospitales. Pese al creciente desarrollo de los servicios bibliotecarios en los hospitales durante la Primera Guerra Mundial, no será sin embargo hasta la Segunda Guerra Mundial cuando se desarrolle la práctica biblioterapéutica en el ámbito de la psiquiatría clínica, aplicada preferentemente para la recuperación de los combatientes.